Los
grupos comunitarios ocuparon la localidad Xayakala, en el municipio de Aquila,
tras la amenaza de desalojo de un individuo que se ostentó como agente del
Ministerio Público y algunos policías. Llegaron unas 70 camionetas cargadas de
hombres con armas largas y otras con civiles solidarios
QuéPasaColima.- ¡Vamos
a reventar La Placita!, gritó Semeí Verdía, apenas hace dos horas comandante de
la policía comunitaria de la tenencia de Ostula, electo de modo unánime por una
asamblea de mil 200 personas.
Semeí tenía prisa.
Regresó a su pueblo apenas el sábado anterior. Se fue vestido con su uniforme
de futbol y volvió empistolado cuatro años después. Casi no esperó a que
votaran su nombramiento –y los de otros seis jóvenes desplazados como él–,
porque llegó un aviso urgente: la amenaza de desalojo de las familias que
habitan Xayakalan, la más nueva de las encargadurías de Ostula, por un
individuo que se ostentó como agente del Ministerio Público y algunos policías.
La asamblea
resolvió de manera expedita los pendientes y, acto seguido, unas 70 camionetas
cargadas de hombres con armas largas, acompañadas de otras con civiles
solidarios, enfilaron hacia la costa por las sinuosas curvas.
Cuarenta minutos
después, las autodefensas, hasta ahora amarradas por el gobierno federal en
Tierra Caliente, caminaban por la playa y tumbaban cocos.
El sábado 8 de
febrero, Semeí y otros seis jóvenes desplazados habían regresado a Ostula. Los
acompañaron una treintena de miembros de las autodefensas de Aquila, así como
de los municipios vecinos de Caolcomán y Chinicuila.
Este jueves, el
número de comunitarios creció a 200, pues era preciso cuidar la asamblea. Una
parte de ellos no parecía tan interesada en la reunión como en la enorme olla
donde se cocían trozos de carne estilo birria. La vaca fue cortesía de los
migrantes que viven en California y Washington.
Xayakalan se creó
apenas en 2009, de la mano de la policía comunitaria, revivida un año antes
para enfrentar, sí, las extorsiones, la tala ilegal y otros delitos. Pero sobre
todo para tratar de revertir el despojo de sus tierras.
Fuimos la primera
comunidad de Michoacán que se levantó en armas. Por unas tierras fuimos en
contra de los criminales. ¿Cierto o no, compañeros?
¡Sí!, respondió el
coro de mil voces en el auditorio comunal.
La batalla política
y legal por las 15 mil hectáreas que cambiaron de manos por un decreto de
Gustavo Díaz Ordaz ha sido larga y penosa. La disputa es con la comunidad de La
Placita, creada por efectos del decreto citado.
En los últimos
años, para desgracia de Ostula, el conflicto agrario pasó a segundo plano. Los
caballeros templarios se enseñorearon en La Placita y, para colmo, su jefe
regional es originario del lugar.
Federico Lico
González es su nombre y en La Placita es querido porque ayudaba y nunca se
metía con nadie, aunque sí sabemos que en otros lados era un verdadero cabrón,
dijo un abarrotero antes de cerrar las cortinas de su negocio tras la llegada
de los comunitarios.
Ostula tiene el
orgullo de haber creado la primera policía comunitaria de Michoacán –dice que
incluso antes de Cherán–, pero también es dueña de una tremenda tragedia: todos
sus comandantes acabaron muertos o en el destierro. La policía comunitaria fue
prácticamente destruida por el crimen organizado, que entonces tuvo manga ancha
para hacer negocios (o, si se quiere, extorsionar) a Ternium, la minera
ítalo-argentina), caminos abiertos para sacar el mineral de sus explotaciones
clandestinas y para terminar con los árboles de sangüalica, cuya madera va
directamente a China.
Para Ostula, el
costo fue devastador: 31 asesinados en cuatro años, muchos de ellos de manera
salvaje (quemados vivos, despellejados, mutilados).
El caso más
conocido –no el único, no el más horroroso– es el de un anciano torturado,
desorejado y acribillado delante de miembros de la caravana de Javier Sicilia.
¿Cómo creen que me
sentí de no poder venir a enterrar a mi abuelito?, lloró Freddy, nieto de
Trinidad de la Cruz, don Trino, frente a la asamblea, poco antes de ser ungido
comandante.
Semeí también había
llorado. A él le mataron a sus dos tíos maestros, juntos. Y este es el primer
día en que su padre, Refugio, vuelve, después de más de un año fuera, porque
los templarios cayeron a su negocio, un pequeño restaurante, y le robaron todo.
Era la primera vez
en años que la asamblea comunal se realizaba en libertad. Un hombre lo dejó
claro: ¡Ahora me nació un gusto de que hay permiso de hablar!
Se llevó uno de los
aplausos más prolongados.
En Xayakalan la
gente había pasado la noche en vela, porque desde que los jóvenes retornados
volvieron armados, ellos comenzaron a recibir las amenazantes visitas de los
agentes ministeriales. Les advirtieron que este jueves los echarían de sus
tierras.
Una provocación,
porque el litigio agrario está en suspenso.
Por eso salieron
las 70 camionetas con su carga de cuernos de chivo, R-15 y escopetas.
La caravana selló
la alianza entre los mestizos de Aquila y la policía comunitaria de Ostula,
comunidades que, en general, se han llevado de regular a mal.
El contingente,
completado con los solidarios de Coalcomán y Chinicuila, fue detenido
brevemente unos kilómetros después de salir, en un retén del Ejército Mexicano.
Mientras los comunitarios de los primeros vehículos hablaban con los militares,
atrás comenzaron a sonar las bocinas de las camionetas. A los soldados no les
quedó más que dar paso franco, aunque media hora después un helicóptero militar
sobrevoló el punto de llegada.
El aviso llegó por
radio y se transmitió así: Bajen las armas porque va a venir una autoridad.
Diez minutos
después llegaron tres camionetas de la Policía Federal (y luego otras, hasta
completar diez). Los mandos bajaron y echaron discursos sobre la colaboración
entre la PF y los comunitarios, sobre proteger a la comunidad, sobre la cultura
de la denuncia, etcétera. Hasta se llevaron aplausos.
Luego se reunieron
durante algunos minutos con Semeí.
Al terminar ese
encuentro, el joven anunció que, por fin, los comunitarios entrarían al temido
lugar llamado La Placita.
“¡Ámonos, queremos
ver a Lico!”, gritaron los más entusiastas cuernos de chivo de Chinicuila.
La distancia es
entre Xayakalan y La Placita es de sólo cuatro kilómetros.
Pero la fila debió
esperar a que pasaran unos vehículos de la Armada de México, y luego pasó de
largo frente al retén de los marinos, que parecían estatuas de sal.
La entrada a La
Placita fue rápida. Ambas comunidades están sobre la carretera 200, la costera
Playa Azul-Manzanillo. En la entrada de la población, los comunitarios hicieron
un alto y tuvieron un breve intercambio con los federales. Entraron,
sorprendieron a todo mundo y pusieron retenes en la entrada y la salida.
Los taxistas fueron
los primeros en desaparecer. Las tiendas cerraron. Los comunitarios dieron
vueltas y vueltas. Se quedaron ahí. No tengan miedo, no venimos a abusar, no
nos vamos a ir, insistían con los ocupantes de los coches.
Dos ancianos se
quedaron como si nada frente a la plaza que miró la veloz huida de los
taxistas. Aquí no van a pelear con nadie. Los mafiosos se fueron hace un mes,
dijo el más viejo.
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